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Era el último día de un largo caso en el que llevaba tres años inmersa. Estaba mirando por la ventana del Tribunal Supremo, que daba al parque londinense de Lincoln’s Inn, y pensé: ‘Yo he defendido a mi cliente, que ha sufrido graves daños a consecuencia de su trabajo, pero ¿quién defiende a la Tierra de las agresiones continuas a las que está sometida? El planeta sí que necesita un buen abogado”. Corría 2006. Y su victoria en aquel caso constituía uno de esos momentos que marcan un antes y un después. “Tras el veredicto, ya en el juzgado me decían: ‘Has sentado un nuevo precedente, ahora vas a ser un gran nombre. ¡Jugarás en la primera división!”. Pero la reacción de Polly Higgins fue tomarse un año sabático, donar todos sus trajes de chaqueta a una organización benéfica y dejar esa prometedora carrera en suspenso para investigar en torno a una pregunta clave: ¿cómo creamos un marco legal para garantizar el bienestar de la Tierra? “Porque entonces, como ahora, echaba en falta una legislación que protegiera el medio ambiente. Si yo había conseguido cambiar la ley para salvaguardar los intereses de mi cliente, ¿por qué no tratar de hacer lo mismo para proteger a la sociedad global frente a la destrucción medioambiental y obligar a Gobiernos y compañías a asumir su responsabilidad?”.

Nunca regresó al derecho mercantil y societario, su especialidad, y al que ni siquiera hoy, después de más de dos décadas de oficio, acierta a explicar cómo llegó. Higgins, de 50 años, creció en la costa oeste de Escocia y en la universidad estudió arte, siguiendo los pasos de su madre, profesora en la Glasgow School of Art. “Incluso estando en la Facultad, de vez en cuando me encontraba pensando que debía estudiar derecho; era como una compulsión, una voz interior a la que ignoré porque objetivamente me parecía verdaderamente aburrido”. Además, tenía reservados planes más excitantes para una “chica de campo” como ella: mudarse a Londres y trabajar en una galería de arte. Sin embargo, tras seis años en la capital británica, resolvió que no podía posponerlo más y se matriculó en la Facultad de leyes. “La belleza por la belleza no era suficiente, necesitaba perseguir un objetivo mayor. Y de alguna manera creo que tampoco me he alejado tanto: ayudar a crear una ley que proteja el planeta es de una gran belleza”.

En 2008 Higgins se topó con la historia del biólogo estadounidense Arthur Galston, que en los años cincuenta había acuñado el término ecocidio. Galston había formado parte del equipo de expertos cuyo trabajo desembocó en la creación del Agente Naranja, el gas tóxico empleado por el Ejército estadounidense en la guerra de Vietnam. Al tomar conciencia de lo que había hecho, el científico comenzó una incesante campaña para impulsar un acuerdo internacional que prohibiese un ecocidiocomo el infligido al país asiático, cuya selva había sido arrasada. Fue entonces cuando Higgins decidió tomar el testigo de Galston y llevarlo a su terreno —la ley— para liderar una campaña para que el ecocidiofuera reconocido en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, en el que se recogen los crímenes más graves contra los derechos humanos y el derecho humanitario: genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y crimen de agresión. La escocesa aspira a que el ecocidio sea el “quinto crimen”. Y está convencida de que es una mera cuestión de tiempo. “Ha pasado antes en la historia. Tenemos los precedentes del genocidio, elapartheid o la abolición de la esclavitud. Se llegó a un determinado momento en el que se acordó que tenía que parar y se criminalizaron esas prácticas, que pasaron a ser la excepción y no la norma. La ventaja ahora es que disponemos de mecanismos para avanzar más rápido. Entiendo que escuchar esto puede resultar una sorpresa para la mayoría: no se habla de ello en la prensa, es el Acuerdo de París contra el cambio climático el que acapara la atención, pero en la Corte Penal Internacional de La Haya estas conversaciones están sucediendo a puerta cerrada y se están tomando en serio”, defiende.

El padre de Higgins era meteorólogo y recuerda que en los ochenta ya le hablaba sobre la contaminación de la atmósfera y la devastación que la industria dejaba a su paso. “Por entonces el gran miedo era que nos abocábamos a una época de temperaturas gélidas, pero hoy tenemos una incontestable evidencia científica para anticipar con precisión el futuro. Sabemos por un informe reciente del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC)que nos encaminamos a un aumento de tres, posiblemente cuatro, grados y que tenemos tan solo 12 años para realizar reducciones drásticas”, argumenta. “Además, también sabemos que acuerdos no vinculantes como los de París son una pérdida de tiempo. Mientras tanto, las compañías de combustibles fósiles siguen operando con total normalidad e impunidad”.

En su etapa como abogada, Hig­gins representó a grandes corporaciones y solía asaltarle la misma pregunta: ¿cómo puede ser que estos ejecutivos de esta gran multinacional, a los que verdaderamente aprecio, piensen que está bien causar tal destrucción con sus operaciones? “La respuesta estaba clara: la ley lo permitía. Y lo sigue haciendo. En todos los países del mundo, las empresas tienen el deber de anteponer los intereses de sus accionistas, así que una compañía de combustibles fósiles que quiera cambiar su negocio a las renovables, como fue el caso de BP bajo el liderazgo de Lord Browne, no podrá hacerlo porque impactará negativamente en su cuenta de resultados. Por eso es necesaria una nueva legislación internacional, para que la primera pregunta que se hagan no sea: ¿nuestra actividad va a beneficiar a nuestros accionistas?, sino: ¿podemos incurrir en un ecocidio?”.

Higgins trabaja ahora para presentar una demanda ante La Haya contra el ministro holandés de Asuntos Económicos y Política Climática, Eric Wiebes, y los principales ejecutivos de la petrolera Shell. “Nuestra investigación indica que sus actividades han agravado el ecocidio climático, lo cual puede ser interpretado legalmente como un crimen contra la humanidad”, explica. Aún queda un largo camino por recorrer, pero la abogada escocesa se declara optimista. “No hay que olvidar que la destrucción climática es evitable. Simplemente hay que actuar ya, y la buena noticia es que conocemos la solución al problema: la prohibición de las compañías de carburantes fósiles, que no solo destruyen el medio ambiente, sino que se emplean a fondo por confundir a la opinión pública sobre la realidad de su actividad”.

Toda la información e imágenes son de El País.
Link original: https://elpais.com

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