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He pensado mucho en la cantidad de interesantes voces literarias que desconocemos, en las maravillas ocultas del inmenso árbol de la ficción. He pensado en cajones cerrados, en silencios, en olvidos, mientras leía los cuentos que componen Vindictasuna antología llena de descubrimientos que me ha permitido acceder a los territorios hasta ahora vírgenes para mí de 20 narradoras que comparten la misma lengua, el español, y que han permanecido fuera de los cánones, alejadas por diferentes motivos de los caminos más accesibles, más frecuentados por el público lector.

Os hablo de 20 biografías, 20 maneras de narrar, 20 miradas, 20 sensibilidades diversas. Os hablo de 20 descubrimientos. Pieza a pieza, las autoras van abriendo puertas que nos permiten acceder a espacios singulares, diferenciados. Cada una de ellas es única, pero en el conjunto, en la combinación de unas con otras, apreciamos conexiones, afinidades, complicidades, que van tejiendo una continuidad de relato compartido, comunitario, absolutamente sorprendente.

Socorro Venegas, escritora y editora mexicana, y Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, sello que publica el libro en España (el proyecto fue puesto en marcha por la Universidad Nacional Autónoma de México en una primera edición), han realizado una selección nada fácil, teniendo que elegir un solo nombre por país. Hay 19 escritoras latinoamericanas y una española exiliada en este recorrido cargado de deslumbramientos. Imposible abandonar las páginas sin quedarnos con las ganas de seguir leyendo, conociendo, cada cual según sus gustos, a algunas de las protagonistas; porque los nuevos paisajes que se han desplegado ante nuestros ojos, hasta ahora ocultos, en espera, exigen nuevas incursiones que deseo puedan llevarse a cabo a través de futuros, imparables, rescates y ediciones (tarea en la que la UNAM está muy implicada).

Casamayor habla de “un viaje en el tiempo y en el espacio”. Se refiere a la manera en la que se ha desarrollado el proceso de elaboración de la obra, a través de un diálogo entre México y España sostenido en tiempos de confinamiento, enriquecido por las aportaciones de escritoras y profesoras de los distintos países que fueron proporcionando pistas, nombres, referencias, inspiraciones. Pero la frase también vale para definir el resultado final, pues en la antología conviven voces de distintas generaciones, de épocas y lugares diferentes. La forma de diálogo que adquiere el prólogo es el primer acierto de la entrega. Ofrece un tono vivaz, próximo, apasionado, alejado de academicismos, que se agradece, que invita a seguir caminando con brío, con ganas de conocer, de dejarse impresionar.

PIEZA A PIEZA, LAS AUTORAS VAN ABRIENDO PUERTAS QUE PERMITEN ACCEDER A ESPACIOS SINGULARES, DIFERENCIADOS. CADA UNA DE ELLAS ES ÚNICA, PERO EN EL CONJUNTO HAY CONEXIONES, AFINIDADES, COMPLICIDADES, QUE VAN TEJIENDO UNA CONTINUIDAD DE RELATO COMPARTIDO, COMUNITARIO, ABSOLUTAMENTE SORPRENDENTE.

 

Venegas se refiere a la búsqueda de “madres literarias”, de “voces tutelares”. El objetivo, nos dice, ha sido “trazar una genealogía indispensable para volver a mirar al canon literario del siglo XX del que ellas están ausentes”. Y alude a un esfuerzo de memoria colectiva para visibilizar a “esas autoras que injustamente no fueron publicadas o reeditadas y quedaron en el olvido”.

Ellas son, por orden de aparición: María Luisa Puga (México); Mimí Díaz Lozano (Honduras); Marta Yáñez (Cuba); Gilda Holst (Ecuador); Marvel Moreno (Colombia); Armonía Somers (Uruguay); Mercedes Gordillo (Nicaragua); María Luisa Elío (España); Hilma Contreras (República Dominicana); Susy Delgado (Paraguay); Silda Cordoliani (Venezuela); Rosario Ferré (Puerto Rico); Pilar Dughi (Perú); Magda Zavala (Costa Rica); Ivonne Recinos Aquino (Guatemala); Marta Brunet (Chile); Bertalicia Peralta (Panamá); María Luisa de Luján Campos (Argentina); Mercedes Durand (El Salvador) y María Virginia Estenssoro (Bolivia). Casi todas han nacido entre los años treinta y los cincuenta del siglo XX, pero hay biografías que se sitúan más atrás.

El listado indica una amplia travesía, un cruce de senderos, una conversación coral que nunca llegó a producirse, pero que sobre el papel, pese a las distancias, refleja vivencias y pulsiones compartidas. Poco nos dicen los nombres, pero os aseguro que cada una de las puertas que abren las autoras os llevarán a lugares que os impresionarán, a miedos que merece la pena atravesar, a experiencias diversas, llenas de contrastes.

Indica Socorro Venegas que es importante tener en cuenta el tiempo en el que vivían las 20 autoras, porque, indudablemente, “la época deja su marca de agua en el relato individual de cada una: el siglo de la tercera ola de la lucha feminista, del acceso a la píldora anticonceptiva, de las discusiones sobre el aborto o la reconsideración del papel de la maternidad”. Nos hace conscientes de que mientras adquirían protagonismo movimientos como el del aclamado y masculino “boom” latinoamericano, ellas realizaban un trabajo “silencioso y silenciado”.

Llegada a este este punto me planteo una pregunta pertinente. ¿Por qué estas voces y no otras? Siempre habrá narraciones sepultadas, nunca podremos acceder a todos los rincones, a todos los afluentes del gran río de la literatura… Se trata de una propuesta, una propuesta valiente, y ojalá sigan llegando otras en la misma línea, voy reflexionando [Páginas de Espuma también publicó recientemente otra sugerente antología, Insólitasque reivindica a un ramillete de autoras que se sumergen en lo fantástico, pero en este caso sus trayectorias son por lo general más conocidas].

INDICA SOCORRO VENEGAS QUE ES IMPORTANTE TENER EN CUENTA EL TIEMPO EN EL QUE VIVÍAN LAS 20 AUTORAS, PORQUE “LA ÉPOCA DEJA SU MARCA DE AGUA EN EL RELATO INDIVIDUAL DE CADA UNA: EL SIGLO DE LA TERCERA OLA DE LA LUCHA FEMINISTA, DEL ACCESO A LA PÍLDORA ANTICONCEPTIVA, DE LAS DISCUSIONES SOBRE EL ABORTO O LA RECONSIDERACIÓN DEL PAPEL DE LA MATERNIDAD”.

 

Lo importante es ir despejando caminos, dando paso, dejando que la historia, la vida, también la cuenten y la escriban las mujeres, desde sus corazones, a través de lo acontecido, de lo padecido, de lo callado. Contar lo que duele, lo que se desea, lo que mueve o paraliza a las personas, a las sociedades. Contar lo que sucede por fuera y por dentro; ese sentir, ese transcurrir, no siempre visible, que se va transmitiendo generación a generación.

Durante demasiado tiempo las mujeres hemos observado el mundo bajo la mirada impuesta por el patriarcado y hemos asimilado ideas, discursos, costumbres, consignas, prejuicios, estructuras de poder que han tapado las propias percepciones, creencias y emociones. La literatura está impregnada de todo ello. Los relatos de los hombres, esos que tantas veces hemos admirado, han eclipsado los de muchas mujeres que no nos han llegado a su debido tiempo. Y son necesarias las dos partes para completar la visión, para dotarla de la complejidad del existir. “Uno de los grandes logros del feminismo en los últimos tiempos es que ha encontrado maneras de nombrar cosas que antes no se nombraban”, nos dice la escritora Marta Sanz. “A las mujeres nos ha permitido revisar toda nuestra biografía y todas nuestras genealogías, con otro vocabulario que nos ha ayudado a entender cosas que antes formaban parte del territorio de lo incomprensible...”, declara.

Según voy escribiendo esto acude a mí otra autora, la estadounidense Grace Paley, quien en uno de sus ensayos señala: “Las mujeres escriben diferente a los hombres. Tenemos mucha conversación doméstica o personal. Las mujeres se sienten cómodas hablando de lo personal, a diferencia de los hombres. Se cuentan más cosas, y tienen muchos problemas en común. Algo interesante es que las mujeres han comprado libros escritos por hombres desde siempre, y se dieron cuenta de que no eran acerca de ellas. Pero continuaron haciéndolo con gran interés porque era como leer acerca de un país extranjero. Los hombres nunca han devuelto la cortesía”.

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Ser mujer y, además, cuentista, ha supuesto siempre una doble dificultad, un pasaje directo a la periferia, constata Socorro Venegas en el prólogo. “Es fundamental cuestionar y desestabilizar la convicción de que ya hemos leído a los mejores cuentistas latinoamericanos. Como en muchos otros campos, los lectores se han perdido, ni más ni menos, que la mitad de la creación literaria, concebida por la otra mitad del mundo: se han perdido la mirada de las mujeres, su mundo interior contado por ellas mismas”, apunta, mientras que Juan Casamayor indica que “hay que asediar con argumentos, que no son otros que las obras y las escritoras, a una convicción larvada a lo largo de más de un siglo, a un canon sujeto a un espacio heteropatriarcal blanco, que fundamenta una mirada de leer excluyente y, por tanto, crea una invisibilidad”.

En Vindictas las sugestivas ilustraciones de Jimena Estibaliz acompañan a los textos, dialogan con ellos. Otro acierto de esta antología que podemos leer simplemente como un conjunto de relatos que nos resultarán más o menos atrayentes, pero que contiene algo más valioso y profundo, como os decía antes, una especie de narración colectiva, coral, subterránea. Una narración que es un grito, un aullido, un ahogo contenido que explota, un llanto que se derrama de pronto. El título alude a la venganza y sí, estos cuentos nos llegan como una gran venganza. Aquí la literatura ayuda a mostrar lo que se escondió. Aquí la literatura se convierte en la mejor arma para dar cuenta de los daños, para registrar y reparar las ofensas. La lucha de generaciones de mujeres por alzar la voz, por expresarse, por defenderse de la humillación a la que han sido sometidas, se refleja en el recorrido, un recorrido que por momentos se vuelve extremadamente duro, sombrío, sobrecogedor.

Hay en este trayecto cuentos perturbadores, oscuros, extraños, incómodos, osados, irreverentes, insólitos, reveladores… Hay revolución en estas páginas y originalidad de puntos de vista, tonos y formas. Si he de calificar el conjunto con brevedad diría que no es nada apacible. Su tiempo es el de la inclemencia; su efecto, el de la agitación. Cuando leemos estas piezas, escritas por mujeres tan distintas y distantes, sentimos que estamos pisando terrenos de minas, enfrentándonos a emociones soterradas, a vivencias que, aunque lleguen de muy atrás en el tiempo, nos siguen doliendo, afectando, porque la lucha por la igualdad sigue en pie; porque la violencia contra las mujeres llena de negro la actualidad con demasiada frecuencia; porque el acoso y la exigencia de sumisión siguen presentes en el tecnologizado siglo XXI, del mismo modo que perviven obligaciones, figuras entronizadas como la de la buena madre y esposa, normas de comportamiento y de estética que oprimen y someten.

HAY EN ESTE TRAYECTO CUENTOS PERTURBADORES, OSCUROS, EXTRAÑOS, INCÓMODOS, OSADOS, IRREVERENTES, INSÓLITOS, REVELADORES… HAY REVOLUCIÓN EN ESTAS PÁGINAS Y ORIGINALIDAD DE PUNTOS DE VISTA, TONOS Y FORMAS.

Emprendemos esta aventura con la motivación del descubrimiento, del asombro ante piezas tan heterogéneas y a la vez tan cómplices. El realismo anima muchos de los relatos, pero también el experimentalismo, la introspección, el cariz onírico. Hay ajustes de cuentas y lucha de clases, despertares y muertes; paisajes exuberantes y parajes de absoluta pobreza y desolación en el conjunto.

Pero quiero insistir en esa dirección compartida que marca el recorrido y que construye una única narración hecha de afinidades, de latidos y gritos en compañía. Cada lectura es un mundo y cada cual encontrará sus propias coordenadas en este mapa tan especial que es Vindictas. En mi opinión, si hay un cuento que puede, de algún modo, marcar el centro, el corazón de esta aventura, es Soledad de sangre, de la autora chilena Marta Brunet (1897-1967). Al llegar a él sentí que englobaba las búsquedas de muchos otros y al cerrar las páginas del libro me quedé con la sutileza y la fuerza –difícil combinación– de esta historia, con su ahogo, como una representación de la potencia de todas las voces, de todos los gritos juntos.

Brunet, quien fue la segunda mujer en obtener el Premio Nacional de Literatura de su país, en 1961, y destacó como diplomática en Argentina, Brasil y Uruguay, según consta en su semblanza (apartado final de la antología que se agradece y ofrece interesantes claves sobre las autoras), construye una pieza que habla de la importancia de la memoria y de la “vida interior» como fuga de una realidad impuesta, no deseada. La protagonista construye un lugar paralelo, hecho de unos pocos recuerdos felices, gozosos, luminosos, en el que refugiarse para resistir los embates de una vida sórdida, mezquina. Y viaja a ese lugar a través de su objeto más querido, un fonógrafo en el que siempre escucha los dos mismos temas musicales. Ese es su acceso al paraíso, a la ternura perdida. El fonógrafo es un tesoro solo suyo, es lo único que de verdad le pertenece y en torno a él se desata el drama cuando dos hombres, su marido y un visitante, osan compartirlo.

«SOLEDAD DE SANGRE», DE LA AUTORA CHILENA MARTA BRUNET, ENGLOBA LAS BÚSQUEDAS DE MUCHOS OTROS RELATOS. ESTA HISTORIA REPRESENTA DE LA POTENCIA DE TODAS LAS VOCES, DE TODOS LOS GRITOS JUNTOS.

Desaparecer. Pero antes sollozar, gritar, aullar...”, piensa la mujer, expresando acciones en las que yo veo un abrazo a las féminas de los demás relatos. “Esa vida aborrecible que no quería conservar para provecho de otro. Eliminándola, vengaba su constante estado de humillación, rencores acumulados sordamente, resentimiento de existencia frustrada”, sigue planteándose, reflejando lo que sienten muchas de sus hermanas de ficción, nombrando el deseo de venganza, a través de la palabra, que anima este libro.

Todo lo dicho, junto con la maestría en el manejo del ritmo, en el giro imprevisto de los acontecimientos, convierte a este cuento en inolvidable. Pero son muchos otros los que se quedan grabados. Me ha sucedido con el demoledor Ella y la noche, de Mimí Díaz Lozano (Honduras, 1928), una narración de gran dureza sobre el parto, el dolor, el grito y la brutalidad masculina. Me he encontrado en más de una ocasión recordando Reunión, de Gilda Holst (Ecuador, 1952), un acto de afirmación donde el cuerpo de la protagonista se rebela, a través de su olor, de las mordazas impuestas a la condición femenina. “El olor se dilataba en ondas, irrumpía en las cosas, impregnaba las paredes, se filtraba por las puertas y ventanas, no podía esconderme en ningún lugar, el olor me acusaba: en mi boca, ademanes, piel; hasta las palabras olían. No había nada que hacer, el olor quedó quieto, siempre…”, transcribo este párrafo para que os hagáis idea de la intensidad de un relato que, a través de la aceptación del propio cuerpo, de sus particularidades y llamamientos, tiende puentes con otros de los textos de Vindictas.

La consciencia del cuerpo supone también una consciencia no solo del placer sino también del deseo. Estas escritoras se zambullen en el derecho al placer y en un lenguaje del deseo con las parejas sentimentales y sexuales. En sus historias no hay un reconocimiento de la sexualidad de la mujer. Nuevamente estamos ante un cuerpo silenciado, un cuerpo despojado de su sexualidad, ante un proceso de cosificación de la mujer por parte del hombre”, expone Socorro Venegas en las páginas iniciales de la antología, citando piezas como Guayacán de marzo, de Bertalicia Peralta (Panamá, 1939), donde “la pareja de la protagonista es un hombre cuyo único lenguaje es la violencia”, y La sangre florecida, de Susy Delgado (Paraguay, 1949), “donde la sexualidad va quedando con el paso del tiempo cercenada”.

El descubrimiento del lenguaje del cuerpo está también presente en la exuberante y sensual Barlovento, de Marvel Moreno (Colombia, 1939-1995), una narración realista que relata una iniciación sexual llevada a cabo por las mujeres de una misma familia, mujeres que tienen la oportunidad de conocerse y saber lo que es el placer, la plenitud, en las profundidades de la selva, más allá de las convenciones sociales.

Los ambientes cerrados, restrictivos, con sus reglas e imposiciones están muy presentes en el conjunto. Al respecto es muy significativo Las chicas de la yogurteríade Pilar Dughi (Perú, 1956-2006), sugerente cuento sobre la adaptación de una recién llegada a una ciudad, Ayacucho, donde las buenas costumbres quedan en entredicho por la doble moral de sus habitantes. Y también resulta significativo Cuando las mujeres quieren a los hombres, de Rosario Ferré (Puerto Rico, 1938-2016), ingeniosa entrega sobre dos mujeres amadas y utilizadas por el mismo hombre que también puede leerse como el reflejo de una doble personalidad, de dos identidades que se complementan.

El miedo, la violencia, las desigualdades, la prostitución, la muerte, la infancia, aparecen en estos relatos en los que las escritoras se afanan por reflejar lo que acontece por fuera, en los entornos en los que se mueven sus protagonistas (cómo se relacionan y se rebelan contra ellos) y sobre todo en sus mundos interiores. Las búsquedas que acometen las veinte autoras rescatadas en Vindictas son profundas y en ocasiones se desarrollan en el terreno de lo visionario, de lo onírico, como sucede en Locura, de María Luisa Elío (Pamplona, España, 1926 – México, 2009), una exiliada española cuya biografía, como se indica en su semblanza, cuenta con una llamativa curiosidad, la de ser una de las destinatarias de la dedicatoria de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Su pieza, fragmentada, experimental abierta, se mueve entre la realidad y las espesuras del sueño, de la locura, tal vez de la muerte, en ese otro lado de lo inaprehensible.

EL MIEDO, LA VIOLENCIA, LAS DESIGUALDADES, LA PROSTITUCIÓN, LA MUERTE, LA INFANCIA, APARECEN EN ESTOS RELATOS EN LOS QUE LAS ESCRITORAS SE AFANAN POR REFLEJAR LO QUE ACONTECE POR FUERA Y SOBRE TODO EN SUS MUNDOS INTERIORES.

En cada uno de los relatos, como os decía, descubrimos puntos de interés, ya sea por la temática, por el estilo, por el ángulo de visión. No quiero dejar de referirme a Nadie llama de la selva, de la autora cubana Mirta Yáñez (La Habana, 1947), que aborda, con una original perspectiva, el tema del paso del tiempo, de la decadencia, en un enigmático relato, que dice, sugiere, más de lo que cuenta explícitamente y que tiene como protagonistas a un perro abandonado por una familia, de cuyo paradero nada se sabe, y a una anciana que ve pasar los años en espera de tiempos mejores, mientras su hija le manda desde el extranjero “paqueticos con jabones y la medicina para el corazón”.

Os animo a adentraros en las espesuras, búsquedas y desasosiegos de Vindictas. Y no pongo el punto final sin citar otros dos cuentos que me han parecido muy especiales porque indican alentadores caminos de avance. Uno de ellos es el titulado De la que amó a un toro marinode Magda Zavala (Costa Rica, 1951), donde se narran magníficamente los cambios, la transformación que experimenta una mujer que se da cuenta de que no es feliz y de que tiene la posibilidad de abandonar al hombre con el que vive (“Afuera, pude reconocerme de pie, íntegra, dispuesta a nacer entre las aguas”).

El otro relato al que me refiero es Inmóvil sol secreto, de María Luisa Puga (México, 1944-2004), una hermosa narración, una fuga introspectiva, reflexiva, que abre la antología y que habla del final de una relación, de los celos y la culpabilidad. Aquí, de forma excepcional, el hombre no es una figura de poder. Se siente herido y ambos, los dos miembros de la pareja, están unidos en la desesperación, en la búsqueda de respuestas, en el autoconocimiento. “Pero hay siempre un momento en el día en que yo me siento perdida, son esas horas en que siento pánico ante el blanco espantoso que se forma entre la hora que vivo y la siguiente”, escuchamos la voz femenina de esta cautivadora entrega.

La aventura se cierra con El occiso, de María Virginia Estenssoro (La Paz, Bolivia, 1903 – Sao Paulo, 1960) un relato sobre la muerte con cierta resonancia de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, escrito tiempo después, como indica Venegas. En este caso, sorprende la biografía de la escritora, en el centro de la polémica, del escándalo social, en su época, por su breve obra literaria, donde narra, entre otras cosas, la relación con un hombre casado, experimentada por ella misma, y un aborto voluntario. Tras la reacción despertada decidió no editar ningún otro libro y, a su muerte, fueron sus hijos los que se encargaron de darle visibilidad rescatando sus escritos.

En un momento dado del diálogo que mantienen Casamayor y Venegas  en el prólogo, el primero mira con malos ojos a los responsables de cómo se ha leído y cómo se ha editado. “No hay otro diagnóstico que una falta de rigor y de profundidad lectora y un estereotipo forjado desde el olvido y desde el prejuicio”. Es mucho lo que hay que rescatar, son muchos los espacios que hay que abrir para que entren, con todo su ímpetu, las voces sepultadas. “Vindictas es una palabra muy generosa en sus distintas acepciones (…) Significa venganza pero también resguardar, proteger, reivindicar”, señala Socorro Venegas, quien llama a la generosidad de lectores y libreros para hacer que las historias de todas estas mujeres silenciadas se escuchen. Dejémonos seducir, incomodar, sorprender, pues. Compartamos nuestras impresiones y experiencias al atravesar estas 20 puertas hasta ahora cerradas. Hagamos posible de este modo la gran venganza literaria.

Vindictas ha sido publicada en España por Páginas de Espuma, tras una primera edición en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). Los relatos de las 20 autoras que componen esta antología, preparada por Socorro Venegas y Juan Casamayor, se acompañan de las ilustraciones de Jimena Estibaliz.

 

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