A demonstrator holds a placard reading "My hair, my choice", during a protest in support of the Iranian protesters, on September 28, 2022 near Berlin's landmark Brandenburg Gate, following the death of a woman in morality police custody in Iran. - Mahsa Amini, 22, has died in September after her arrest in Tehran by the feared morality police for allegedly breaching Iran's strict rules on hijab headscarves and modest clothing for women. She was declared dead on September 16, 2022 by state television after having spent three days in a coma. (Photo by John MACDOUGALL / AFP) (Photo by JOHN MACDOUGALL/AFP via Getty Images)
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Desde hace una semana, las jóvenes iraníes se cortan el pelo en público, arriesgando su vida para denunciar la muerte de Masha Amini a manos de la policía de la moral. Irán es una República Islámica que impone por ley a las mujeres cubrirse el cabello. Pero en Europa la situación es mucho más compleja. Las musulmanas se comportan de formas muy diversas, aunque su pelo sigue generando controversias dentro y fuera de sus comunidades. ¿Por qué incomoda el pelo de las mujeres?

Houda Akrikez, de 35 años, activista de origen marroquí en La Cañada Real (Madrid), dice que se quitó el velo después de casarse porque en las entrevistas de trabajo la rechazaban una y otra vez. “Sentía que no valía para nada encerrada en casa. Los hombres nos quieren tapar el cabello, pero nosotras criticamos a la que destaca. Cuando nos miremos y nos aceptemos, ganaremos”, asegura.

En París, Aya Ramadan, de origen argelino y profesora de instituto, decidió no alisarse más el pelo y dejar crecer sus rizos afro cuando se convirtió en portavoz de Indigènes de la République, primer partido político fundado por los hijos y nietos de la inmigración postcolonial en Francia. Sus rizos se han convertido en una “elección política” y la razón de su lucha feminista y antirracista. En su trabajo se lo recuerdan cada día: “Si lo llevas muy corto o recogido, te aceptan… Mi jefa me dice que no es “profesional”, que doy una imagen informal frente a los alumnos y los padres. Que ocupo mucho espacio…”.

El hijab simboliza para Atikka Trabelsi, socióloga de 30 años, de origen tunecino y activista feminista en Lallab, su espiritualidad y relación íntima con Alá. Fue despedida por su jefe al día siguiente de que apareciera en un programa de televisión discutiendo con el ex primer ministro Manuel Valls sobre la ley del velo de 2004 en Francia.

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En Londres, Nashra Saleem, médica de origen paquistaní, sufrió acoso de niña y cuenta que recobró su dignidad comprendiendo sus orígenes. Hizo un largo viaje en coche con su padre de Londres a Pakistán y decidió en ese momento que no obedecería ni a misóginos ni a racistas. Lleva un pañuelo atado con un nudo y muestra parte de su cabello.

Además del racismo cotidiano, las paradojas del velo acaban revelando la continuidad de un tabú. Las tres religiones monoteístas han obligado a las mujeres a raparse el pelo y usar peluca, a llevar hijab, niqab o burka o a cubrirse la cabeza para entrar en la iglesia. Incluso en Europa, el pelo puede seguir siendo un pretexto para invisibilizar a las mujeres. Sin embargo, las mujeres musulmanas no se están conformando. La realidad es que están cada vez más formadas (muy por encima de los hombres musulmanes) y están participando en la esfera pública. Su pelo y sus distintas formas de atarse el pañuelo están ocupando ese espacio que se les niega. Con una convicción: luchar por asegurar la libertad de elección de las que vienen.

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FuenteEsta nota fue realizada por EL PAÍS. Aquí puedes leer la original.
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