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En un artículo publicado en 1960 en The New York Times, el traductor y crítico José Vázquez Amaral reportaba “sorprendentes noticias literarias de México y América Central”: las escritoras iban “progresando”.

Entre las escritoras que estaban a la vanguardia mencionaba a Amparo Dávila y Guadalupe Dueñas, autoras mexicanas cuyos cuentos escalofriantes combinaban sucesos fantásticos con experiencias cotidianas y cuestionaban las limitaciones diarias impuestas a las mujeres en esa época. Antes de pasar a “un informe un tanto menos entusiasta” sobre las andanzas literarias de los varones, Vázquez destacaba que, gracias a las mujeres, ningún otro periodo de la historia latinoamericana había visto “aparecer tantos escritores excelentes de manera tan sorpresiva y triunfante”.

Seis décadas más tarde, el linaje literario de Dávila y Dueñas —por no decir el de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y José Eustasio Rivera— sigue vigente y goza de buena salud. En México, Argentina, Ecuador y otros países más, un número notable de escritoras recurren a la fantasía, el horror y lo desconocido para inquietar a los lectores y expresar críticas sobre los problemas sociales. Varios comités de premios, dentro y fuera de América Latina, tienen los ojos puestos en ellas.

“Es algo que estamos observando en toda la región, una nueva sensibilidad”, aseveró Carmen Alemany Bay, profesora de literatura en la Universidad de Alicante, en España, quien acuñó el término “narrativa de lo inusual” para describir la corriente actual de producción literaria en la región.

“Presentan situaciones”, explicó Alemany Bay, “en que el lector es quien finalmente decide si aquello es posible o no. De allí la riqueza de este tipo de literatura”.

Quizá no sea ninguna sorpresa que las escritoras, en particular, sean quienes recorren los rincones más sombríos de la ficción latinoamericana actual, ahora que aumenta la frustración en torno a las restricciones a los derechos de las mujeres y la creciente violencia de género. Por toda la región, los movimientos de protesta impulsados por mujeres se han vuelto habituales en el paisaje político reciente.

Sin embargo, estas historias tienen más en común que coincidencias insólitas y sobresaltos nocturnos, afirmó Alemany Bay. La “narrativa de lo inusual” por lo general está atenta al entorno social, explora la femineidad de manera íntima y nada convencional, y cuestiona la naturaleza de nuestras relaciones personales más cercanas, mencionó. Las representaciones de la vida normal no intentan resaltar el efecto de lo fantástico o sobrenatural; más bien, lo irreal se utiliza para agudizar la perspectiva del lector sobre lo que es verdad.

“Muchas veces cuando se habla de este tipo de escritoras actuales que se salen de lo real, y particularmente latinoamericanas, entonces es ‘realismo mágico’. Y esto es un error muy grave, muy grave”, señaló Alemany Bay. “Estas autoras a veces también utilizan elementos mágicos, pero como un instrumento”.

De hecho, el éxito reciente de estas autoras ya ha ensanchado la definición de la gran literatura latinoamericana, cuyo boom de los años 60 y 70 nos regaló realistas mágicos como Gabriel García Márquez. Este mes se anunció que, tras ser galardonadas en España y América Latina, la colección de cuentos de Samanta Schweblin Siete casas vacías (Seven Empty Houses que saldrá en inglés con Riverhead para el 18 de octubre) y la novela Mandíbula de Mónica Ojeda (que Coffee House Press lanzará con el título Jawbone en febrero) se encuentran entre las finalistas del premio estadounidense National Book Award en la categoría de literatura traducida.

Siete casas vacías es menos fantasía pura que la colección previa de Schweblin, Pájaros en la boca. No obstante, sus historias son igual de aterradoras. El libro, escrito en la época en que Schweblin se mudó de Argentina a Berlín —en primera instancia por un tiempo, y más tarde de manera permanente— gira en torno al sentido de desplazamiento: una mujer en sus años de vejez decide embalar su vida; una niña se va con un extraño; una madre y su hija se cuelan en casas de personas ricas y cambian de lugar los muebles. En todas las historias, Schweblin parece decidida a resquebrajar el sentido de permanencia del lector.

“La idea era estirar esto lo más posible a un realismo, o sea todo lo que pasa es posible y, sin embargo, la sensación de extrañamiento es muy fuerte”, dijo Schweblin. “Me gusta jugar y ver cómo cruzo esos límites, me gusta ver hasta dónde puedo cruzarlos y hasta dónde cruzarlos significa lastimar y hasta dónde de pronto eran una cosa arbitraria”.

Para Schweblin, nuestra fascinación como sociedad por las historias de terror refleja una pérdida: una conexión menguante con los momentos “sublimes” del arte y la vida que “desarman” todo lo que llevamos dentro y que hemos ido “cancelando”, dijo. “Ha quedado el horror como una herramienta para esa conexión, casi de olla de presión”.

Si bien es sorprendente, la obra de Schweblin también está impregnada de crítica social: en Siete casas vacías los prejuicios y las divisiones de clase son los elementos más destacados. Su novela de 2017 preseleccionada para los premios Man Booker, Distancia de rescate (en inglés, Fever Dream), ofrece una perspectiva literaria sobre la fumigación de plantíos con glifosato, un pesticida asociado con defectos de nacimiento, en zonas de toda Argentina donde hay cultivos de soya, como en el caso de Aviá Teraí, pueblo cercano a la frontera con Paraguay.

“La literatura es súper política, pero cuando mejor sale es en un espacio donde ninguna otra política puede meterse: en el espacio más delicado que no tiene la precisión de ‘vamos a hablar del glifosato porque alguien tiene que hablar de eso’”, comentó Schweblin.

Fiel a su costumbre, la crónica social de Schweblin en Distancia de rescate abarca el espacio entre lo fantástico y lo cotidiano y está estructurada completamente como un diálogo entre una mujer moribunda y un niño que podría ser real o imaginario. De manera similar, Mandíbula, de Ojeda, presenta a una joven secuestrada por una maestra obsesiva y emplea el horror para explorar las ansiedades de la adolescencia y la femineidad en Ecuador en la época moderna.

“Siempre ligamos el miedo a la fealdad, pero yo creo que sobre todo está ligado a la belleza”, explicó Ojeda en un correo electrónico. “El miedo más grande que podemos experimentar es el de perder la belleza. Me pareció natural pensar la adolescencia desde allí”.

Al igual que Dueñas y Dávila antes que ellas, Ojeda y otras escritoras contemporáneas de América Latina utilizan diferentes elementos para confrontar las realidades cargadas de tensión que viven las mujeres de la región. Pero, a diferencia de ellas, su forma de feminismo, en sí, representa una “evolución” de la narrativa del siglo pasado, afirmó Alemany Bay.

“Escritoras como Ámparo Dávila van a incorporar al mundo interior. Ese es el mundo de la pesadilla, el mundo de la locura. Utilizan mucho la psicología interior, que podría ser una característica de la literatura escrita por mujeres”, comentó Alemany Bay. “Las escritoras actuales también incorporan ese mundo interno, pero están en otro estadio, en el que no tienen que hacer una reivindicación como mujeres. Y creo que allí hay también un paso adelante en esta escritura”.

Esa forma más personal de feminismo, considera Schweblin, ha necesitado tiempo para ser comprendida plenamente.

“Con Pájaros en la boca, todos los temas de los que se está ocupando el feminismo en los últimos 10 años están allí, en un libro de la ingenuidad de una persona que tenía 18 años”, dijo. “Realmente no sé si es feminista o no, pero la necesidad, la bronca, estaba allí”.

Aun así, reconocer esas realidades puede resultar chocante. Schweblin dijo que cuando se mudó por primera vez a Berlín, no entendía por qué la llenaba de felicidad volver a casa en bicicleta sola por la noche sin preocuparse de que hubiera consecuencias. Sus amigos no entendían por qué les enviaba mensajes de texto después de volver tarde.

“Nadie me contestaba, me costaba entender que lo que estaba diciendo era: llegué viva”, dice Schweblin.

<em>Brujas</em>, de Brenda Lozano, utiliza elementos surrealistas para explorar la violencia contra las mujeres en México.

Credit…Gladys Serrano/El País

En Argentina, el año pasado se registraron 251 feminicidios —asesinatos de mujeres por el hecho de ser mujeres—, según datos oficiales. En México, la cifra fue de 1004. En Brujas, publicada en inglés por Catapult con el título de Witches en agosto, la escritora mexicana Brenda Lozano utilizó el espacio entre lo real y lo imaginario para explorar “diferentes niveles” de violencia contra las mujeres, desde las expectativas de los roles de género hasta el abuso y el feminicidio.

La “bruja” de la novela de Lozano desafía las premisas sobre lo que deben ser las mujeres, y usa el lenguaje (y hongos silvestres) para sanar a los enfermos de un modo que la medicina moderna no puede hacerlo.

“Mi superhéroe sería una mujer capaz de todo a través de la palabra, pero todo: cambiar cualquier narrativa, casi como un poema imposible, un poema que lo vea todo”, afirmó Lozano. “Creo que eso solo era posible en su imposibilidad, solo era posible a través de la ficción”.

Fragmentos de obras de escritoras latinoamericanas:

(…) una vez, la Oscuridad, a través de él, le había arrancado un brazo, desde el hombro, a un chico de diez años. La madre, en vez de tener la habitual reacción extática de los Iniciados, se había puesto histérica, había amenazado con sacar todo a la luz, con denunciarlos. Florence no toleraba ese tipo de rebelión. La mujer había sido arrojada, con piedras en los pies, al río Paraná. A que fuera parte de todos los muertos que se esconden en los lechos de los ríos argentinos.

Fernanda abre los ojos y ve a Annelise que ya no tiene una cabeza, sino una mandíbula que piensa. “Saborearás a Dios en la carroña”, dice y le pone un pájaro muerto sobre las manos. Las demás levantan las suyas en el aire. Saben que se acerca el momento. “Saborearás a Dios en la carroña”, corean. Y las paredes gotean.

El ruido fue cercano y sutil, dentro del cuarto. Si abría los ojos, se dijo a sí misma, podría tener que enfrentar algo terrible. Se concentró en controlar los párpados. Estaba lista para la muerte, qué alivio sería si solo se hubiera tratado de la muerte, no quería sufrir, no quería que la lastimaran, y otra vez el ruido sobre la madera del piso, inconfundiblemente humano. ¿Sería él? No, se dijo en silencio. Él estaba muerto. Abrió los ojos. El chico estaba parado a los pies de la cama.

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FuenteEsta nota fue realizada por NY TIMES. Aquí puedes leer la original.
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