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La historia está repleta de importantes figuras cuyos aportes científicos han dado forma a la comprensión actual de los fenómenos que nos rodean. Sin embargo, es difícil encontrar contribuciones de mujeres en las narraciones históricas tradicionales. ¿Acaso no había mujeres científicas? ¿O es que han sido, literalmente, “borradas” de la historia?

Durante mucho tiempo, la sociedad ha asignado a la mujer el rol de esposa, madre y cuidadora. Las mujeres que soñaban con estudiar o con dedicarse a la ciencia necesitaban autorización de sus padres o maridos. Un argumento habitual era que las mujeres no tenían la capacidad intelectual necesaria para llegar a ser científicas. Vamos, que no podían menstruar y pensar al mismo tiempo. También se decía que si las mujeres se dedicaban a la ciencia serían menos femeninas y dejarían de casarse y de tener hijos. Que su crecimiento intelectual supondría poco menos que la extinción de la especie humana.

Estos estereotipos restaron autonomía a las mujeres. Además, condicionaron sus decisiones y sus oportunidades de desarrollo. El resultado es que, hasta hace bien poco, las universidades y centros de investigación fueron lugares exclusivos para los hombres.

Obstáculos educativos y segregación sexual

Durante muchos siglos a las mujeres se les negó la oportunidad de estudiar en la universidad. Para ellas se crearon los Colleges. Estos eran centros formativos exclusivamente femeninos. Supusieron un avance, pero también reforzaron estereotipos y limitaron las oportunidades de colaboración y promoción de las mujeres.

Con gran esfuerzo, las mujeres lograron acceder a la Universidad. Pero, a menudo, se les expulsaba o se les negaba la titulación. Otras veces se les otorgaba un título inferior al que deberían haber obtenido.

Las pocas que lograban un doctorado tampoco lo tenían fácil. Las universidades pusieron grandes obstáculos a sus carreras científicas. Por ejemplo, desarrollaron normativas que prohibían a las mujeres trabajar en las mismas universidades que sus maridos. Como consecuencia, no podían ser contratadas, y si ya lo estaban eran despedidas. Para avanzar en su carrera, muchas de ellas se vieron obligadas a optar por permanecer solteras.

Incluso las mujeres que lograban conseguir puestos académicos eran frecuentemente excluidas de cargos de responsabilidad. Muchas se dedicaron a ámbitos secundarios y su remuneración era inferior a la de sus compañeros. También se les limitaba el acceso a financiación, laboratorios bien equipados y recursos clave para el desarrollo de sus investigaciones.

Aun así, las mujeres siempre han participado en la ciencia. Las encontramos en áreas que se consideraban adecuadas para ellas. Por ejemplo, han realizado tareas de escribas, copistas y tipógrafas. También han iluminado manuscritos y han decorado con ilustraciones los libros de botánica. Incluso fueron “calculadoras humanas” para la NASA y se encargaron de la programación de los primeros ordenadores.

Sin embargo, conforme estos campos fueron ganando prestigio social, la presencia femenina comenzó a reducirse.

Lucha continua por el reconocimiento

A pesar de todas las barreras existentes, muchas mujeres han conseguido realizar contribuciones científicas destacadas. Pero se mantiene una conocida dificultad: el reconocimiento de su autoría. Muy a menudo, el trabajo de las mujeres en ciencia es atribuido a colegas hombres o bien cuestionado o desprestigiado. Este fenómeno se conoce como “efecto Matilda”.

En muchas ocasiones, perdemos el rastro de las científicas. Esto ocurre, muy especialmente, cuando adoptan el apellido de su marido al casarse. Y, teniendo en cuenta que las normas de publicación científica sustituyen los nombres por iniciales, ¿cómo saber, a simple vista, que detrás del logro científico hay una mujer?

Desigualdad en la carrera científica

En los últimos años se han aprobado importantes leyes que obligan a las universidades a garantizar la igualdad de género. Pero, aunque se han producido grandes avances, los datos revelan que las desigualdades persisten. Por ejemplo, a principios del pasado verano se presentó un informe que mostraba brechas salariales de género en las universidades públicas españolas.

Estos resultados nos sorprenden. Si los criterios para definir el salario base son comunes para toda la plantilla, ¿por qué las mujeres ganan un 19,1 % menos que los hombres? La respuesta parece encontrarse en diferencias en los complementos salariales que dependen, principalmente, del reconocimiento de méritos de investigación.

Desgraciadamente, incluso hoy en día, las mujeres investigadoras reciben menos reconocimiento del que merecen. También reciben menos financiación que sus compañeros varones y menos recursos. Es decir, que la brecha salarial refleja que el trabajo de las mujeres se sigue valorando menos.

Además, existen otros factores relevantes para entender estos datos. La presencia de mujeres en altos puestos (asociados a mayor poder y salario) es menor. Por ejemplo, solo hay 23 rectoras en España (de un total de 91). Las mujeres también participan más en tareas de carácter administrativo o de gestión social del grupo. Y la dedicación a los cuidados en la familia es mayor, también entre las mujeres académicas, como se vio durante la pandemia.

Estas desigualdades no se encuentran solamente en España. A nivel mundial, las mujeres suponen únicamente el 33,3 % del total de investigadores. Y las brechas de género se hacen más evidentes al analizar por posiciones académicas y áreas científicas.

Si lo pensamos bien, no se trata únicamente de sumar más mujeres en las estadísticas (científicas, altos cargos, etc.). También se requieren cambios en los valores asociados a las carreras científicas. Y comenzar desde la base educativa, donde niñas y niños se acerquen a la ciencia en igualdad de condiciones y con igual reconocimiento. Todavía nos queda mucho trabajo por hacer pero, afortunadamente, estamos en el camino.

Dau García Dauder recibe fondos de la Agencia Estatal de Investigación para la realización del proyecto titulado Cartografías, itinerarios y mecanismos de exclusión/expulsión en el sistema sanitario (PID2022-1385130B-100)

María del Pilar Aivar Rodríguez recibe fondos de la FECYT (proyecto FCT-20-17301, titulado Programa de acercamiento de la psicología científica y la neurociencia a la infancia) y de la Agencia Estatal de Investigación (proyecto PID2021-125162NB-I00).

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