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El flâneur es una figura emblemática de la modernidad que surgió con el estilo de vida urbano de la Europa del siglo XIX. Originalmente, la flânerie era una actividad reservada a los hombres que consistía en un paseo ocioso por la ciudad, durante el cual el flâneur observaba escaparates, transeúntes y, en especial, a las mujeres.

Esta figura, descrita como un observador fascinado por la vida urbana, ha sido asociada con el célebre poeta de la vida moderna, Charles Baudelaire, quien veía en esta práctica una forma de explorar creativamente la ciudad, con una mezcla de curiosidad y asombro infantil.

Cosas de hombres

Durante mucho tiempo, las mujeres estuvieron predominantemente excluidas de esta práctica. Hasta que, bien entrado el siglo XX, autoras como Virginia Woolf comenzaron a reflejar en su obra la mirada femenina durante sus paseos urbanos.

A finales del siglo pasado, la crítica feminista empezó a cuestionar la predominancia masculina en la definición de la modernidad. Esto llevaría al reconocimiento y valoración de la figura de la flâneuse en la literatura y la crítica cultural. Libros como The Invisible Flâneuse: Gender, Public Space, and Visual Culture in Nineteenth-Century Paris y Le flâneur et les flâneuses. Les femmes et la ville à l’époque romantique han consolidado la figura de la flâneuse, destacando su papel en el análisis de los espacios públicos.

La flânerie es una actividad que implica una mirada en movimiento, que recorre libremente la ciudad y se detiene allí donde encuentra un objeto de interés.

En este sentido, el cine como forma de expresión incorpora de modo orgánico esta experiencia del espacio. Agnès Varda (Bruselas, 1928 – París, 2019) fue una de las primeras directoras que plantearon la experiencia del espacio público desde una mirada feminista. La relación entre el paisaje y las dinámicas humanas es un tema recurrente en su obra. En ella, las mujeres dejan de ser simples objetos de observación para convertirse en sujetos activos que observan y recrean los lugares que transitan: auténticas flâneuses.

La flâneuse en tres películas

En la filmografía de Agnès Varda destacan tres películas en las que se evidencia la figura de la flâneuse, tanto en la mirada de la directora, que convierte el espacio en un amplificador de los conflictos de sus personajes, como en el comportamiento de sus protagonistas femeninas: La Pointe Courte (1955), Cléo de 5 a 7 (1962) y Sin techo ni ley (1985).

Su primera película, La Pointe Courte, rodada en un barrio pesquero del sur de Francia, anticipa muchos de los temas de la nouvelle vague, a pesar de haber sido realizada antes de la consolidación de este movimiento cinematográfico.

Un hombre y una mujer pasean uno al lado del otro y él la mira.
Philippe Noiret y Silvia Monfort en un fotograma de La Pointe Courte. IMDB

La película narra dos historias que se desarrollan en paralelo en el mismo espacio: la crisis de una pareja, que comienza con la llegada de la mujer a una pequeña localidad pesquera para reencontrarse con su marido, y la vida cotidiana de esta comunidad, que se va descubriendo a través de los recorridos de la pareja por su geografía.

Varda utiliza el paisaje para reflejar el estado emocional de los personajes. Así, muestra cómo su relación con el entorno físico, a veces indiferente y otras hostil, evoluciona hacia la resolución del conflicto.

En Cléo de 5 a 7 (1962) la cámara sigue a una joven cantante parisina que deambula por la ciudad durante dos horas, mientras espera con ansiedad los resultados de unas pruebas médicas. El paseo que realiza coincide casi exactamente con la duración de la película, lo que intensifica la sensación de acompañar a la protagonista en tiempo real.

Inicialmente, Cléo se presenta como un hermoso objeto de admiración y deseo ante la mirada de los otros y ante su propia imagen reflejada en los espejos y escaparates en los que se contempla. Sin embargo, a medida que avanza en su viaje, Cléo pasa de ser una figura pasiva para convertirse en una observadora activa. Su caminata por la ciudad, que culmina en el Hospital de la Salpêtrière, sirve como un espacio de transformación, reflejando la evolución de Cléo hacia una mayor conciencia de sí misma. El recorrido urbano se convierte en una metáfora de su proceso interno, y la ciudad se revela como un espacio dinámico que participa en este cambio.

En Sin techo ni ley Varda investiga los últimos días de la vida de Mona, una joven vagabunda que atraviesa un mortecino paisaje invernal en la campiña francesa. Con un estilo próximo al documental, Varda retrata el deambular de la protagonista, destacando su desconexión emocional con los diversos personajes que encuentra a lo largo de su camino.

Al mismo tiempo, la película ofrece una visión crítica sobre cómo el género influye en la percepción y el trato que recibe Mona en su periplo. La directora utiliza el caminar errante como símbolo de la falta de propósito de la protagonista que, ejerciendo una particular y autodestructiva libertad, evita cualquier tipo de vínculo.

Una chica con una gran mochila camina por la acera.
Sandrine Bonnaire como Mona en Sin techo ni ley. Fotograma de la película

Pasear para crear

Con estas películas, Agnès Varda reinventa y actualiza la noción tradicional de la flânerie. Como los autores de la modernidad, Varda convierte esta práctica en una herramienta de creación y reflexión, enfocando su mirada en espacios que adquieren significado a través de sus caminantes femeninas.

Al mostrar la perspectiva de unas flâneuses que redefinen su entorno y su identidad, la filmografía de Varda enriquece nuestra comprensión del espacio público, recordándonos que este nunca ha sido neutro.

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FuenteEsta nota fue realizada por THE CONVERSATION. Aquí puedes leer la original.
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