Anuncios

María, de siete años, agarra un vaso de papel con sus dos manos para calentarse. Al otro lado de su madre, Valentina, está Irina, de 12, que se recuesta sobre su mamá buscando un lugar donde descansar. Las tres están solas ante un destino incierto en la estación de Záhony, en la frontera de Ucrania con Hungría. Acaban de salir del país en tren, a la espera de que un amigo lejano de la familia que viene desde Alemania se acerque a recogerlas para llevarlas a un país para ellas desconocido.

Cuando esto pasó era 7 de marzo, casi el punto de arranque desde que el presidente ruso Vladimir Putin ordenó, bajo el pretexto de su “operación militar especial”, atacar al país vecino. Pasaron solo 12 días entre el inicio de la guerra y la huida de esta familia de mujeres, para las que en aquellos días pasó una vida entera.

Antes, estuvieron varias noches en el corredor del apartamento conteniendo el aliento para que el edificio no fuera alcanzado por los militares rusos. Horas y horas en la tumultuosa estación de ferrocarriles de Járkiv –noreste de Ucrania– en busca de un sitio en cualquier tren que las sacara de allí y las trasladara al oeste de Ucrania, que entonces permanecía alejada de los cohetes y los misiles de Moscú. Y también lejos de las caravanas de tanques que intentaban tomar el control de Kiev, la capital, y otras ciudades del país.

Ancianas ucranianas sentadas en el autobús durante una evacuación de civiles en Soledar, región de Donetsk, Ucrania, martes 24 de mayo de 2022.
Ancianas ucranianas sentadas en el autobús durante una evacuación de civiles en Soledar, región de Donetsk, Ucrania, martes 24 de mayo de 2022. AP – Andriy Andriyenko

Antes de tomar la determinación de salir, lo más triste fue dejar atrás su colegio, sus amigas, su cuarto… y especialmente a su padre. “Me hace mucha falta, no sé cuándo lo voy a volver a ver”, decía entonces María, la hija menor, mientras se agarraba a ese vaso con té caliente que le dieron los voluntarios que, como en otros puntos fronterizos ucranianos, se desplegaron para asistir a las cientos de miles de mujeres y niños de todas las edades que dejaban el país.

La ley marcial ordenada por Zelenski que separó a las familias

A ellas las acompañaban solo jóvenes menores de 18 años y hombres mayores de 60: la ley marcial decretada inmediatamente por el Gobierno de Zelenski impidió a los demás hombres salir del terreno, con el objetivo de que se sumaran al frente para combatir en una guerra aún más incierta de lo que es hoy, un año después.

A Valentina, el inicio de la guerra la tomó junto a sus hijas en Járkiv. Su marido no estaba junto a ellas porque trabajaba en el Donbass –región del este de Ucrania actualmente en disputa entre Rusia y Ucrania– en una de las decenas de minas que hay en el territorio.

Al inicio de la guerra, allí seguían explorando en las profundidades de la tierra, a pesar de que se pensó que entre las intenciones predilectas del Kremlin estaría atacar esa área del oriente ucraniano, que ya llevaba ocho años inmersa en un conflicto armado silencioso, ajeno, en parte, al resto del mundo.

Unas mujeres se cogen de la mano mientras caminan tras recibir su ayuda alimentaria humanitaria del ayuntamiento de Selidove, en el óblast de Donetsk, en el este de Ucrania, el viernes 15 de julio de 2022.
Unas mujeres se cogen de la mano mientras caminan tras recibir su ayuda alimentaria humanitaria del ayuntamiento de Selidove, en el óblast de Donetsk, en el este de Ucrania, el viernes 15 de julio de 2022. AP – Nariman El-Mofty

En marzo de 2022 las provincias de Lugansk y Donetsken el Donbass, ya estaban bajo control de las fuerzas separatistas prorrusas. Entonces, parecía inminente una ofensiva para tomar el control total de la región. Un temor materializado en la actualidad, cuando los combates llevan meses intensificándose bajo la voluntad de Putin de hacerse con todo el territorio luego de decretar la independencia de ambas “repúblicas” a finales de septiembre del pasado año mediante referendos catalogados de “ilegales” por la comunidad internacional.

“Tenemos que salir adelante”

“Tengo que ser fuerte, no tengo otra opción”, dice Valentina mientras abraza a su hija mayor en una de las bancas. Ucrania entonces se llenó de ‘Valentinas. Mujeres con niños pequeños que trataban de buscar sitios en los trenes de estaciones ferroviarias reconvertidas en centros de recepción y acogida de migrantes. Todas en situaciones similares: solas, con sus hijos o padres mayores a cargo, enfrentándose a una realidad desconocida y con la tristeza de dejar atrás a sus parejas, maridos, padres e hijos mayores en edad de combatir.

“Ahora ellas solo me tienen a mí y tenemos que salir adelante”, contaba mientras se le aguaban los ojos, como a las otras madres que terminaron por cruzar la frontera. En ese momento, al terror de la guerra se sumaba el horror de convertirse en refugiadas.

El equipo de France 24 hizo el camino inverso: cruzó a Ucrania para contar estas historias. Solo entonces se pudo dimensionar la serie de dificultades por las que pasaron las mujeres en su periplo de salida.

Mujeres recogen pertenencias en su apartamento destruido por un ataque aéreo ruso en Bakhmut, región de Donetsk, Ucrania, el sábado 7 de mayo de 2022.
Mujeres recogen pertenencias en su apartamento destruido por un ataque aéreo ruso en Bakhmut, región de Donetsk, Ucrania, el sábado 7 de mayo de 2022. AP – Evgeniy Maloletka

Las estaciones de tren eran un infierno donde la angustia, el miedo y el dolor materializaban sus significados. Siempre mujeres partiendo, hombres diciendo adiós, niños aterrados sin entender qué pasaba.

Las carreteras estaban tan congestionadas que tardaban días en hacer trayectos que en una situación normal no se demoraban más de un par de horas. El horror de lo que dejaban atrás se veía en pequeños detalles: parabrisas rotos, carros agujereados, letreros con la palabra “niños” como elemento disuasor de los ataques.

Ellas saben que son las que tienen que sostener la sociedad mientras los hombres defienden

En cada ciudad del occidente y del centro de Ucrania se abrieron centros de ayuda para quienes iban en camino al extranjero o buscaban refugio en una zona que entonces era más segura.

En Ivano-Frankivsk, urbe importante del oeste ucraniano, Valentina, psicóloga de profesión, corre de un lado para otro en una escuela convertida en centro de atención. Reparte ropa, comida y carros de juguete para niños. Junto con otras colegas ofrecen apoyo a mujeres que tuvieron que huir de las bombas. Muchas lo perdieron todo.

“Tienen que sacar fuerza, ellas saben que son las que tienen que sostener la sociedad mientras los hombres defienden”, relata Valentina.

Las distintas luchas de las mujeres, la otra guerra en Ucrania

Irina, madre soltera, trabajaba en la cocina de un restaurante antes de la guerra. No tenía a nadie que la defendiera. Decidió recibir entrenamiento militar bajo la nieve, en la calle. A falta de armas reales, usaba reproducciones de madera que cargaba como si le fuera a salvar la vida. “Lo hago porque tengo que estar preparada para defender a mi hijo, nadie más lo hará por mí”, dijo esta mujer, que decidió quedarse en el país.

Su propósito: estar lista para defender a su hijo si algo llegaba a pasar. Ella permaneció como civil, pero otras miles de mujeres dieron un paso adelante y se alistaron para ir al frente.

Una mujer de pie en una cama improvisada dentro de un refugio antiaéreo, donde ha estado durmiendo durante más de 8 meses junto con otros diez residentes permanentes, en la planta baja de su edificio en el centro de Mykolaiv, Ucrania, lunes, 24 de octubre de 2022.
Una mujer de pie en una cama improvisada dentro de un refugio antiaéreo, donde ha estado durmiendo durante más de 8 meses junto con otros diez residentes permanentes, en la planta baja de su edificio en el centro de Mykolaiv, Ucrania, lunes, 24 de octubre de 2022. AP – Emilio Morenatti

María también decidió permanecer en Mikolaiv, una ciudad del suroccidente del país que estuvo a punto de ser tomada por las tropas rusas que llegaron a la entrada de lo que en tiempos de la Unión Soviética fue el principal astillero del Mar Negro. Allí pasó noches enteras en los refugios subterráneos con el miedo de no saber qué iba a encontrar en las calles cuando saliera.

La misma escena se repetía en otros refugios de la urbe, donde mujeres con niños, pero sobre todo personas mayores, pasaban las horas en medio de la incertidumbre. Los ataques rusos eran motivo de evacuaciones constantes de civiles, pero había quien, pese a todo, se resistía a abandonar su casa.

Un grupo de mujeres espera el comienzo de un servicio religioso para conmemorar a los caídos durante la ocupación rusa en Zdvyzhivka, a las afueras de Kiev, el sábado 30 de abril de 2022.
Un grupo de mujeres espera el comienzo de un servicio religioso para conmemorar a los caídos durante la ocupación rusa en Zdvyzhivka, a las afueras de Kiev, el sábado 30 de abril de 2022. AP – Emilio Morenatti

Entre tanto, el Ejército de Kiev acaba de lograr la gran victoria, en el marco de su contraofensiva otoñal, haciendo retroceder a las tropas rusas hacia las cercanías de Jersón –sur–, la única capital de provincia que antes había caído en manos de los militares del Kremlin. No obstante, el precio que se estaba pagando por esa osadía era gigante. Entre tanto, María lloraba a las afueras de la morgue. En los cuartos se acumulaban los cadáveres. Tantos, que los forenses no daban abasto.

Resiliencia pese a las bombas

Tal vez algún día se sepa con precisión cuántas mujeres y hombres murieron, pero en la morgue de Mikolaiv se vieron muchos cuerpos cubiertos con uniformes, civiles, de mujeres y niños. María buscaba a su padre, que había desaparecido mientras ayudaba en un colegio-refugio que había sido atacado por los rusos días antes. Minutos después de llegar, su hermano salió con las manos en la cara: allí estaba el cuerpo de su padre. Había muerto abatido por un misil.

Ante la crudeza de la realidad, María se replanteó el futuro: dijo que marcharía y buscaría refugio en el oeste del país. María viajó en dirección contraria a la de su homónima, de 65 años que, como miles de mujeres mayores estaba dispuesta a vivir en el infierno antes que abandonar su casa y empezar una nueva vida en un lugar desconocido, a pesar de los constantes bombardeos rusos que llegaron a alcanzar lugares muy próximos a su hogar, hasta que irrumpieron en su apartamento.

Fue una bomba racimo. Las ventanas de su casa quedaron en mil pedazos, como las de muchas de sus vecinas. Varias de ellas buscaron refugio en el sótano del edificio, donde la única compañía eran los gatos. Para entonces vivían allí no solo por el temor a un nuevo ataque, sino por el frío.

“Yo soy rusa, mi padre era ruso, pero ahora dicen que vienen a salvarnos… ¿A salvarnos de qué? ¿Qué es este tipo de salvación?”

Ella, como otros miles de ucranianos mayores, había crecido en tiempos de la Unión Soviética y aún tienen un fuerte vínculo con el ruso y la cultura del país vecino. “Tengo mucha rabia. ¿Cómo nos hacen esto?”, exclamaba entonces María al tiempo que se quitaba las gafas para secarse las lágrimas.

El sótano donde se refugió tenía el piso de tierra: allí, junto a sus vecinas, pasaba las horas sentada en sillones que habían logrado bajar desde sus casas, junto con algunos colchones esparcidos en el suelo que protegían de la humedad con plástico y cartones.

Una anciana espera a ser evacuada de un hospicio en la ciudad de Chasiv Yar, distrito de Donetsk, Ucrania, el lunes 18 de abril de 2022.
Una anciana espera a ser evacuada de un hospicio en la ciudad de Chasiv Yar, distrito de Donetsk, Ucrania, el lunes 18 de abril de 2022. AP – Petros Giannakouris

Las señoras sobrevivían gracias a la comida y productos de aseo que les iban llevando los grupos de voluntarios. Entonces, María se quejaba de que se habían agotado las medicinas. Pero ninguna vicisitud la llevó a dejar su casa.

“¿A dónde voy a ir? Este es el lugar al que pertenezco”

Ha sido una de las respuestas más comunes que se han escuchado durante este último año en toda Ucrania, especialmente en los lugares donde la guerra se ha asentado con mayor crudeza, como Severodonetsk, Lysychansk, y posteriormente en Bakhmut todas urbes ubicadas en la región del Donbass–, donde miles de mujeres decidieron quedarse pese a los riesgos intrínsecos de la guerra.

“Muchas noches pienso que me tengo que ir, que no puedo más, pero cuando amanece y empieza un nuevo día no soy capaz de hacerlo”, exclamaba Natalia en enero de 2023 en Bakhmut, mientras al lado se seguía escuchando el rugir de las explosiones.

Una tras otra: escenario habitual desde el verano, cuando Moscú, y especialmente sus paramilitares del Grupo Wagner lanzaron una ofensiva para hacerse con el control de esta ciudad en el centro del Donbass. “Aquí tengo mi casa, no tengo a nadie”, relataba María. Su única compañía es su perro, que la seguía hacia el centro de distribución de alimentos.

Allí, en una casa convertida en centro de atención, un grupo de mujeres atienden a decenas de personas que llegan en busca de un poco de comida y medicinas.

Mujeres locales se reúnen en la entrada de un edificio de apartamentos dañado por los intensos combates en una zona controlada por las fuerzas separatistas apoyadas por Rusia en Mariupol, Ucrania, martes 26 de abril de 2022.
Mujeres locales se reúnen en la entrada de un edificio de apartamentos dañado por los intensos combates en una zona controlada por las fuerzas separatistas apoyadas por Rusia en Mariupol, Ucrania, martes 26 de abril de 2022. AP – Alexei Alexandrov

“He decidido que no me iré de aquí hasta que el Ejército me diga que tengo que hacerlo. Que si no me voy me quedaré encerrada aquí con los rusos. Hasta entonces ayudaré a esta gente”, explica Irina, una mujer de 36 años que decidió quedarse para apoyar a los casi 6.000 habitantes que aún no han salido.

Otra Irina, ya en sus 40, decidió partir meses atrás a pesar de sus promesas anteriores de permanecer. Pero el supermercado en el que trabajaba cerró y su casa quedó dañada tras un ataque. En los últimos meses se trasladó a un pueblo cercano, donde comparte vivienda con una amiga.

Su sueño era poder regresar a Bakhmut, pero con el pasar de los días se torna un deseo improbable en medio de los combates. Si los ucranianos logran retenerla finalmente –escenario complicado en la actualidad–, tomará mucho tiempo volver a una ciudad en ruinas, sin agua ni electricidad.

Aún frente a esta perspectiva de futuro, Irina no pierde el optimismo. Reconoce que por momentos se siente triste y con rabia, pero confía en que todo acabará con una victoria para Ucrania. “Ese día tiene que venir a celebrar con nosotros”, dice al despedirse con un abrazo.

Firme, entera y determinada, como millones de mujeres ucranianas que saben bien que una buena parte de la responsabilidad de levantar el país dependerá de ellas.

Anuncio
FuenteEsta nota fue realizada por FRANCE24. Aquí puedes leer la original.
Artículo anteriorEn enero, siete mujeres fueron asesinadas a diario en México
Artículo siguienteLanza UNAM concurso de la Canción Feminista 2023