Schläferin, una de las obras de Marie Čermínová, Toyen, expuestas este verano en Praga.
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Una muestra en Praga rinde tributo a Toyen, artista obsesionada con la belleza y el humor que escapó del nazismo, del comunismo y de todas las convenciones sobre género y sexualidad.

La pintora Toyen, cuya gran retrospectiva tiene lugar este verano en la Galería Nacional de Praga, donde ya casi no quedan entradas, vestía trajes de hombre con pajarita y solía referirse a sí misma como “él”. De jovencita trabajaba en una fábrica de jabones y se sabe tan poco de las primeras décadas de su vida que parece como si hubiera nacido de una pompa de jabón. Nunca revelaba casi nada acerca de sí misma y de su vida; el misterio que la rodea la ha convertido en un mito. El nombre real de esta praguesa que inauguró el siglo en 1902 era Marie Čermínová.

Fue a principios de los años veinte, en una mesa del café Slavia de Praga, con varios artistas allí presentes, cuando el poeta Jaroslav Seifert iba esbozando posibilidades… hasta llegar a la palabra francesa citoyen, ciudadano en su forma masculina, de la cual el poeta eliminó la primera sílaba. La pintora, que se inclinaba políticamente hacia la izquierda, quedó encantada. Y tal vez su nuevo nombre predijo lo que sucedería después: Toyen pasaría gran parte de su vida en París. Como buena ciudadana… o más bien ciudadano. Y es que la pronunciación de Toyen corresponde al checo “To je on”: “Es él”. Algunos historiadores del arte han presentado a Toyen como transgénero.

Es la única mujer entre los nueve miembros del grupo surrealista checo. Feminista que buscaba la igualdad de la mujer y el hombre, admiraba abiertamente la belleza femenina y analizaba la sexualidad plasmándola en sus telas. Los motivos eróticos en sus cuadros suelen estar impregnados de sentido del humor. El sexo en grupo, la homosexualidad básicamente femenina, todo encontró su lugar en su obra. Justine, del Marqués de Sade, fue una de las muchas obras que ilustró.

Artista ‘degenerada’

Al terminar la guerra, Toyen volvió a exponer en Praga, cosa que durante el nazismo fue imposible al ser considerada su obra “arte degenerado”. Sin embargo, tras su experiencia con los nazis, la pintora intuyó en el aire de la posguerra los vientos que traían a otro totalitarismo, esta vez el comunista, y no estaba dispuesta a correr ningún riesgo. Aprovechó la ocasión de viajar a París para su exposición individual y abandonó Praga para instalarse definitivamente en la capital francesa. Allí retomó las amistades y relaciones profesionales que había establecido durante sus estancias en los años veinte y treinta: André Breton, Benjamin Péret, Paul Éluard… Los miembros del grupo surrealista francés apreciaban su talento, su imaginación, su amenidad y su cáustico sentido del humor, característico de Praga. Toyen llegó a sentirse en París como en su propia casa, aunque nunca olvidó su ciudad natal, que siguió siendo uno de los motivos de sus pinturas ensoñadas.

Hasta el final de sus días fue una ilustradora y pintora de relieve que llegó a exponer en el Centro ­Pompidou de París. Murió en 1980, dedicada a su trabajo, sin haber vuelto a una Praga sumergida en cuatro décadas de totalitarismo comunista. Para pagarle con la misma moneda, ningún medio checo mencionó su muerte.

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