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Es un libro que dice mucho más de lo estrictamente contenido en sus palabras. Su cometido es iniciar una nueva historiografía del cuento mexicano escrito por mujeres, pero al cabo exhibe el reino del heteropatriarcado en la literatura mexicana a lo largo del siglo XX y cómo la República de las Letras más bien debería llamarse Ciudad de México de las Letras.

Historia secreta de cuento mexicano: 1910-2017 (UANL, 2018; descarga gratuita editorialuniversitaria.uanl.mx) es el resultado de una amplia investigación en la cual Liliana Pedroza revisó acervos de los 31 estados del país y exploró archivos de bibliotecas en España, Francia y Estados Unidos, con un objetivo doble: hallar cuentos escritos por mujeres, y de edición limitada.

Como resultado, encontró que a principios del siglo XX una autora como Dolores Bolio tenía que firmar sus cuentos como Luis Avellaneda, Catalina Dulché Escalante como Catalina D’Erzell, Laura Méndez Cuenca como Stella, María Enriqueta Camarillo Roda de Pereira como Iván Moszkowski, y que Judith Martínez Ortega de Van Beuren retiró sus apellidos y adoptó los de su esposo. María Elvira Nájera publicó bajo los nombres de Indiana Nájera o Marcelo Durán, etcétera. ¿Qué situación habrían enfrentado si hubieran publicado con sus nombres? Eso, en caso de que tal cosa fuera posible.

De 1910 a 1949, la participación de las mujeres en este género literario fue escasa, documenta Pedroza. No destaca sino hasta mediados y finales de los 50 y logra una constante en los 60 y 70. En esto pudo influir la aparición de las revistas Rueca (1940) y El Rehilete (1960), dirigidas exclusivamente por mujeres.

Prueba de esto es el surgimiento de Guadalupe Dueñas, Inés Arredondo, Julieta Campos o Beatriz Espejo. Pero también de autoras que desarrollaron su obra, ya en los 70 y 80, como Elena Garro, María Elvira Bermúdez, Margarita Michelena, Emma Dolujanoff, Elena Poniatowska, María Luisa Mendoza, Margo Glantz o Aline Patterson. Y un poco más tarde, Brianda Domecq, Adela Fernández, María Luisa Puga, Silvia Molina, María Luisa Erreguerena, Ángeles Mastreta, Bernarda Solís, Ethel Krauze o Beatriz Escalante, sólo por nombrar a algunas de ellas.

Tal cosa, sin embargo, significó que “esa época quedó eclipsada con estereotipos fabricados por unas cuantas escritoras mediatizadas: sagas familiares con heroínas que se enfrentan a los esquemas masculinos y a su vez protagonizan historias de amor romántico”, escribe la autora Liliana Pedroza.

A esto se suma la desproporción de las publicaciones entre la Ciudad de México y el resto del país: hasta 1990, década en que surgen los institutos estatales de cultura y las editoriales universitarias, publicar fuera de la capital del país era condenarse al olvido eterno.

En este marco, al pasar del XX al XXI, las temáticas varían y se multiplican. Quedan atrás los temas de mujeres, y las autoras se adentran en exploraciones de toda índole. Además, ganan presencia en revistas y antologías.

Qué bien, diríamos. Sin embargo, Pedroza muestra que “aunque haya más antologías con presencia de escritoras, el número de mujeres compiladas en cada antología no guarda proporción con la producción reciente, lo que genera más bien un simulacro de representatividad en las prácticas culturales que un cambio social real”.

Si registrar 521 autoras, 856 libros y 312 antologías es ya una enorme proeza, este libro se desborda a sí mismo y exhibe cómo el heteropatriarcado y la centralización de la literatura mexicana han reinado en la producción cuentística del último siglo.

Toda la información e imágenes son El Economista
Link original: https://www.eleconomista.com.mx

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