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Las superheroínas no son del agrado de los críticos aunque sus pelis no son peores que otras del mismo género protagonizadas por hombres. ¿Por qué ocurre esto?

Ha vuelto a ocurrir. Una película de superhéroes protagonizada por una mujer cosecha malas críticas. La prensa generalista ha sido más bien fría con Wonder Woman 1984, pero la recepción entre los críticos independientes/blogueros/foreros ha sido verdaderamente implacable. “Tontorrona”“cutre” o “espantosa” han sido algunos de los calificativos que ha recibido.“Colinda peligrosamente los terrenos del bochorno”, decía otro. Este tipo de reacciones son ya un clásico.

Puede que esta segunda parte de las aventuras de Diana Prince sea inferior a su predecesora, vale, pero sigue siendo una película estimable y entretenidísima. Sus 151 minutos se pasan en un suspiro y al esperado compromiso feminista se suma ahora un indisimulado mensaje anticapitalista. Hay también una línea argumental que enlaza con el melodrama romántico (y la química entre Gal Gadot y Chris Pine consigue elevar ese segmento e, incluso, arrancar alguna lagrimilla) y no faltan secuencias de acción trepidante (el arranque en la isla de Temiscira, por ejemplo, es vertiginoso). Caramba, tan mala no puede ser. ¿Qué pasa aquí? ¿Qué os molesta tanto?

Contra el nuevo evangelio capitalista

La acción de la nueva entrega de Wonder Woman transcurre en los años ochenta, durante el Big Bang neoliberal de la era Reagan. Era la época en la que unos piratas marchosos y puestos de farlopa hasta las trancas se propusieron cambiar el mundo. Y lo consiguieron. Bajo el brazo traían el nuevo (y falso y pueril) evangelio capitalista. “Solo tienes que desearlo y será tuyo”, dice en sus anuncios Maxwell Lord, aspirante a magnate petrolero y villano desaforado interpretado por un espléndido Pedro Pascal. Este personaje consigue apoderarse de una reliquia arqueológica que concede un deseo a quien la toca. El suyo es convertirse él mismo en la piedra e ir concediendo deseos por el mundo a cambio de todos los pozos de petróleo. Su promesa incluye una recompensa sin ningún esfuerzo a cada uno de los seres humanos. Por supuesto, lo único que consigue es desatar un desastre de proporciones planetarias.

Maxwell Lord resume en su persona el actual capitalismo financiero: lo quiero todo, sin hacer nada y lo quiero ya. Wonder Woman, que también había pedido un deseo, comprende la retorcida maldad que esconde el sistema y tratará de frenar a Lord. Podríamos resumir Wonder Woman 1984 como la impugnación de Mr Wonderful, como la bofetada de realidad que necesitan todos los gilipollas que alguna vez han entonado el maldito mantra de nuestro tiempo: “Tengo derecho a ser feliz”.

Diana pronuncia una frase verdaderamente revolucionaria en una sociedad compuesta mayormente por adultos coléricos, infantiles y caprichosos, la nuestra: “Renuncio a mi deseo”. Lo hace para salvar el planeta, cosa que nosotros, según las encuestas, no estamos dispuestos a hacer. Por supuesto, no han faltado quienes han menospreciado la cinta de Patty Jenkins por “moralista”. Como si en un mundo que ve resurgir los fascismos no hicieran falta algunas lecciones de ética.

No se lo digas a nadie pero… el problema de los hombres con Wonder Woman es que mola demasiado. WARNER BROS / DC

En realidad, la razón por la que tantos hombres han masacrado la película es, sencillamente, porque no pueden soportar que Wonder Woman mole tanto. Si con otras pelis de superhéroes, por malas que fueran, no sacaron el hacha con tanta vehemencia… bueno, pues ahí está la clave. Quizás amen el cine pero sin duda odian a las mujeres. Ni más ni menos.

Hombres histéricos, la nueva raza

Es un fenómeno que estamos viendo desde hace tiempo. Uno de los casos más sonados surgió con la nueva versión de Cazafantasmas (2016), que cambiaba a su elenco masculino original por cuatro mujeres. Y no cuatro mujeres cualquiera: la inmensa Melissa McCarthy junto a tres comediantes geniales surgidas de Saturday Night Live como Kate McKinnon, Leslie Jones y Kristen Wiig.

Wiig, por cierto, encarna de forma magistral a la otra villana de Wonder Woman 1984. Su personaje (la arqueóloga Barbara Ann Minerva, luego transformada en Cheetah) es la síntesis de esa población blanca que se siente relegada, olvidada por el sistema, despreciada por la llamada “superioridad moral de la izquierda”, y que desata su furia supremacista tras años de reconcomerse ante las mismas preguntas: ¿Y yo qué? ¿Qué hay de mí? ¿Cuándo me toca a mí? Sí, más moralina anti Trump. Nunca está de más. Pero no nos desviemos. Volvamos a Cazafantasmas.

Los nostálgicos de la película de 1984 reaccionaron ante el remake femenino como ante una ofensa personal. No iban a permanecer callados mientras mancillaban su mito. Organizados como un solo hombre lograron bajar la nota en todos los rankings de Internet (su terreno de juego favorito es Rotten Tomatoes). Pero, por mucho que patalearan, lo cierto es que la versión moderna es mejor película y mucho más graciosa que la original. El mundo cambia. La vida es dura. Dejad de lloriquear, tíos.

No importa lo que digan los haters: las nuevas Cazafantasmas son mejores y más graciosas que los originales. SONY PICTURES

A pesar de su mezquindad y su ridiculez, estos hombres siguen teniendo mucho poder. Y si no que se lo digan a Rian Johnson. Su pretensión de desmasculinizar la saga de Star Wars fue aniquilada por una horda de pajilleros melancólicos. Se supone que la chatarrera Rey iba a heredar el poder de los jedi y a cambiar sus estructuras. La biblioteca que contenía toda la sabiduría de estos guerreros mentalistas arde en Star Wars: Episodio VIII – Los últimos Jedi y ese incendio es interpretado como un acto de liberación. Al menos así lo narró Johnson, alumbrando un nuevo mundo que desecha las tradiciones y que tiene a una mujer al frente.

El ruido que entonces hicieron los incels fanáticos de la saga consiguió su objetivo: que Rian Johnson fuera apartado del proyecto y que JJ Abrams tomara las riendas del último episodio para reconducir la situación y salvaguardar la mitología. Nada iba a cambiar, la tradición se respetaría y los hombres volverían a su lugar de privilegio. Aquí no va a venir una niña a decirnos cómo hacer las cosas, ¡a nosotros, que hemos mandado en el cortijo toda la vida! Esa podría ser, más o menos, la traducción del apestoso último filme de la saga.

Mujeres liberadas, mujeres poderosas

Matt Groening será recordado siempre por ser el creador de Los Simpson. Pero también fue el artífice de una serie de culto entre el público amante de los cómics y la ciencia-ficción: Futurama. Su éxito no fue ni de lejos comparable al de Los Simpson. De hecho, sus temporadas no han tenido continuidad sino que han aparecido y desaparecido a lo largo de 14 años de emisión. Su prestigio, sin embargo, ha ido creciendo con los años. Alrededor de Futurama hay hoy verdadera devoción.

Su trío protagonista estaba compuesto por un repartidor de pizzas que despierta en el futuro tras ser congelado durante mil años, una mutante cíclope y un robot borrachín. La comicidad que eran capaces de generar era verdaderamente mágica. Groening repitió la fórmula en una nueva serie para Netflix que se estrenó en 2018 y que no tuvo ni mucho menos la misma aceptación. (Des)encanto es una comedia de espada y brujería que también está protagonizada por tres personajes memorables: la princesa Bean, un elfo y un demonio burlón. La crítica oficial la recibió con tibieza y los foreros y blogueros (amantes de Futurama muchos de ellos) la descuartizaron.

La princesa Bean disfrutando de uno de sus pasatiempos favoritos: ir a la taberna con sus amigos. Lo que haría cualquier hombre, vaya. NETFLIX

¿Y eso por qué? Lo cierto es que (Des)encanto es muy graciosa, la trama es entretenida y los chistes funcionan y son sofisticados. Tienen variedad temática (slapstick, política, sexo) y diversas capas de lectura. ¿A qué viene entonces esa animadversión? Muchos han intentado razonar su odio basándose en que era lenta incluso para el público porrero, que no ofrecía nada nuevo y que los chistes eran malos. “Si eres un VERDADERO fan de Los Simpson y Futuramaestoy seguro de que esta serie te decepcionará”, decía uno de ellos.

En realidad, ya lo sabemos, lo que no aguantaban era que la protagonista fuera una mujer. Una mujer a la que, además, le gusta la juerga y el sexo sin compromiso y que pretende, por todos los medios, ampliar el límite de sus libertades. La cólera de los haters ante (Des)encanto responde a lo que Jorge Dioni llama “la ira de las pollas asustadas”.

Hay un amplio sector del público masculino y de la crítica (que son hombres casi en su totalidad) que sufre enormemente cuando la mujer abandona su cualidad sufriente o de adorno en una narración. Es como si no entendieran lo que está pasando y, en los casos agudos, esa confusión los empujara a aullar su descontento. Durante décadas, las mujeres se han limitado a acompañar al héroe en las películas más taquilleras. Eran como las azafatas de la vuelta ciclista que besan al ganador tras la victoria. ¿De dónde han salido entonces todas estas mujeres? ¿Qué hacen peleando con hombres? ¡Y ganando! ¿Qué coño está pasando aquí? ¡Devolvedme mi cine, mis cómics, mis series!, hipan entre lágrimas mientras se zurran la sardina.

Con las primeras imágenes de Capitana Marvel (2019) se pudieron observar casos verdaderamente penosos. Antes del estreno se mostró cómo sería el traje de la superheroína y estalló la polémica friki: los colores no se correspondían con el diseño original de los cómics. Al parecer, esa era razón suficiente para destruirla. Pero era solo una excusa, un calentamiento para el boicot que estaba por venir. El portal Rotten Tomatoes tuvo que cambiar su política y no permitir a los usuarios votar antes del estreno de las películas porque los trolls, sencillamente, se habían vuelto locos con Capitana Marvel. “La actriz principal [Brie Larson] no quiere que nosotros, los hombres blancos, vayamos a ver la película, así que no iré”, decía uno de ellos. “No estoy interesado en apoyar la agenda de Brie Larson”, añadía otro. La agenda a la que se refería el varonil opinador es el feminismo del que la actriz ha hecho gala frecuentemente.

Brie Larson con el traje de la (estúpida) polémica. MARVEL STUDIOS

La crítica oficial tampoco fue muy benevolente, y eso que es una peli bien chula. El giro cómico que se le da al personaje de Nick Furia, por ejemplo, es todo un acierto. Hay acción, un bonito mensaje feminista, un reparto espléndido, momentos de humor… ¿Qué más quieren? ¡Es solo una película de aventuras! ¿Por qué se ofenden tanto?

Entre la indiferencia y el olvido

Aunque habría que sopesar si es mejor la ira o la indiferencia. Hay películas que han pasado injustamente desapercibidas por el establishment machirulo y hubiera sido deseable alguna reacción, de la naturaleza que fuera. Una de ellas es Aves de presa (y la fantabulosa emancipación de Harley Quinn) (2020), la historia de la exnovia del Joker.

El personaje, creado por Paul Dini para una serie de animación en los noventa, se impuso a todos sus camaradas masculinos en Escuadrón suicida (2016). Fue así por el carisma arrollador desplegado por su intérprete, Margot Robbie, y su impacto (en una película, por lo demás, fallida) le hizo merecedora de un título para ella sola. Ese filme (producido por la propia Robbie) rompe otra regla de oro del cine de mamporros: las hostias las reparten ellas.

Harley Quinn, armada y peligrosa. Cuidadito con ella, tío. WARNER BROS / DC

Contiene, además, un manejo del tiempo narrativo, una complejidad moral y un trasfondo de inadaptación (a todas las reglas sociales pero sobre todo al patriarcado) que la hace, si no buena, al menos interesante. Salvo si eres un fan chapado a la antigua y poco amigo de las revoluciones. Si es así, esta historia de guantazos y sororidad no te interesará en absoluto y solo verás en ella sus fallos. Rebuscarás incoherencias (sí, incoherencias en la ficción fantástica, así son ellos) y denunciarás como absurdas esas cosas físicamente imposibles que nunca cuestionas cuando se trata de pelis de acción machotas, como que un tío vuele seis metros cuando recibe una patada.

No hay que olvidar que el papel que están interpretando estas mujeres es completamente nuevo. Antes no existía. En este tipo de producciones las mujeres se limitaban a gritar para ser rescatadas o, como mucho, acompañaban al héroe. No tenían apenas líneas de diálogo y se limitaban a decorar la acción, como un objeto bonito que se añade para llenar la escena. E incluso en ese papel (solo destacable por su belleza) a menudo son ignoradas.

Hay una anécdota que ilustra muy bien esta mala memoria, una dolencia que afecta incluso a los cinéfilos más eruditos. Hablaban en el programa de radio Cowboys de medianoche de la película El rey del juego (1965). Los contertulios, de todos conocidos (José Luis Garci, Luis Alberto de Cuenca, Eduardo Torres-Dulce), se acordaban del título original del filme (The Cincinnati Kid), de su director (Norman Jewison), de su director parcial (Sam Peckinpah), de su protagonista (Steve McQueen)… ¿Pero quién era la chica? En ese punto, el memorión de todos estos sabios flaqueó al unísono. Era guapa, eso sí podían recordarlo. Y que era sueca también. De hecho, tenían su nombre en la punta de la lengua pero…

Nada, no se acordaban. Y mira que es difícil olvidar a Ann-Margret. Lo mismo que a Angie Dickinson en Río Bravo. O a Anita Ekberg en La dolce vita. Pero puede ocurrir que, por la irrelevancia de sus personajes en estas películas inolvidables, sus nombres sean los primeros sacrificados. Eso, y también la displicencia con la que se valora el trabajo de las mujeres. Por la edad de los aludidos, tampoco hay que tenérselo en cuenta. Esas cosas pasan. Además, Cowboys de medianoche tiene el encanto de las peladillas: una cosa absolutamente extemporánea que, en dosis muy medidas, no es del todo repugnante.

En cualquier caso, nos equivocaríamos si pensáramos que esta omisión de las mujeres afecta solo a las películas de acción o al cine del pasado. Existen títulos actuales, prestigiosos, venerados por la crítica en pleno, que son increíblemente misóginos. Veamos, para terminar, un espinoso ejemplo.

El problema con ‘Call me by your name’

En una entrevista en IconMaribel Verdú realizó un magistral ejercicio de economía del lenguaje para resumir el tema que ahora nos ocupa: “Y el actor, ¿qué? Ellos siempre el culete. Si yo enseño tetas y chichi que enseñe él la polla”. Se puede decir más alto pero no más claro.

Si hay una película reciente en la que esta diferencia de trato, absolutamente machista, es más evidente, esa es, sin duda alguna, la alabadísima Call me by your name (2017). Pocas veces se ha visto a la crítica cinematográfica deshacerse en elogios de forma más unánime. Estábamos, por fin, ante una historia de amor puro, como solo lo puede ser el amor adolescente. Y era puro, fundamentalmente, porque no había mujeres, que todo lo ensucian y lo intoxican. Los críticos, conmovidos, extasiados, se arrodillaron fervorosamente ante la cinta de Luca Guadagnino.

En cine, cada uno de los planos no es solo una elección artística, es también una declaración de principios. La forma de encuadrar, el ángulo y el área registrada (y por supuesto lo que se queda fuera de esta área) tienen una profunda carga de significado. Pues bien, cada una de las elecciones del director italiano en esta película es un monumento a la misoginia.

Para fundamentar esta apreciación hay que recordar que Guadagnino no tuvo ningún reparo en meter la cámara en la misma vulva de Tilda Swinton en Yo soy el amor (2009). Como un ariete, sin concesiones, hasta la cocina, ¡ahí va ese plano-detalle, muchachos! Con Timothée Chalamet y Armie Hammer se cuidó mucho de transgredir ese límite. Pero, claro, el personaje de Tilda Swinton era el de una mujer burguesa y madura que conoce al amigo de su hijo y se pone cachondísima. Lo de Elio y Oliver es otra cosa. También son burgueses (¡y de qué nivel, Maribel!) y también están cachondos, pero con los hombres hay que tener un respeto que no hace falta guardar con las mujeres, según Guadagnino. Veamos algunos ejemplos.

La cámara que huye

Cuando el jock Oliver se detiene en el marco de la puerta del cuarto de baño y el twink Elio se arrodilla para hacerle una felación, el efebo desaparece del plano. En el encuadre solo queda el rostro de placer del musculoso universitario americano.

En otra secuencia, cuando se supone que el mozalbete y el hombretón van a consumar el acto sexual, ambos se recuestan en la cama y la cámara se desliza lentamente hacia la ventana para enfocar… ¡un árbol del jardín! ¿Y eso por qué? Porque esto no es una broma, no es una mujer pidiendo guerra, como Tilda Swinton en Yo soy el amor. Esto es serio. Esto sí que es amor, amor de verdad. Son dos hombres y solo por eso merecen un espacio de intimidad. Dejemos al espectador que se imagine (o no) el coito anal entre Elio y Oliver. Pero no podemos enseñarlo, claro, porque la puerta de atrás debe estar siempre cerrada a miradas indiscretas. Si no fuera así, podría transmitirse la impresión de que estos dos tortolitos dejan de ser machos, su virilidad quedaría comprometida, y nada está más lejos de la intención del director. Los hombres deben tener un trato preferencial, que para eso son hombres. Y punto.

El dolce far niente burgués y misógino de Call me by your name. SONY PICTURES

James Ivory, director de títulos memorables como Una habitación con vistas (1985) o Regreso a Howards End (1992), ganó el Oscar al mejor guion adaptado por Call me by your name. A sus 90 años, se le veía exultante. Acudió a la ceremonia de entrega de los premios con una camisa que llevaba bordada la efigie de Elio. El detalle hizo babear a la prensa especializada (la del cine y la de la moda). Pero entre tanto aplauso el anciano cineasta no dejó de expresar sus críticas al tratamiento visual de la película en cada una de las entrevistas que concedió. Su guion original era mucho más explícito en cuanto al sexo y el desnudo de los protagonistas. Guadagnino consideró que todos esos desnudos que había descrito Ivory eran “absolutamente irrelevantes” para la historia.

Pero resulta que Elio, antes de caer rendido a los encantos masculinos, tiene una novia en el pueblo. Se llama Marzia (Esther Garrel) y es preciosa. Todo el mundo es precioso (y cultísimo y riquísimo) en ese edén italiano y veraniego. Cuando Elio prueba el amor de verdad, desprecia absolutamente a Marzia. No es que la rehúya, es que ni se acuerda de ella. Es como si nunca hubiera existido. Sus sentimientos no le importan lo más mínimo. Pero, bueno, es una mujer. ¿A quién le importan los sentimientos de una mujer? A toda esta gente tan culta, tan bella y tan divina de la muerte no, desde luego.

¿Y adivinan cómo filma Guadagnino el sexo oral entre Elio y Marzia? Exacto: los dos aparecen en el mismo plano. No hay ninguna barrera estética o moral para mostrar un cunnilingus. Para las mamadas entre hombres, sí. Si no importan los sentimientos de la mujer, ¿por qué habría de tener algún reparo con su cuerpo? Es un objeto más. Un elemento de atrezo.

Pero el machismo de esta cinta (espantosamente bella) no acaba con este desprecio. Llega a su culmen en la secuencia más admirada de la película: el diálogo final entre el padre y el hijo. Los cinéfilos ya están deshechos en lágrimas, transidos, apuñalados en el corazón por la hermosura de lo narrado. Entonces, Elio sale del armario ante su progenitor, que admite de forma implícita (nada es explícito en este horripilante poema de amor) que él también tuvo escarceos con otros hombres en su juventud y que no hay que darle tanta importancia. Y entonces viene la traca final:

—¿Crees que mamá lo sabe? —pregunta Elio.

—No lo creo —contesta su padre.

¿No? ¿En serio? ¿De verdad vamos a estirar el chicle misógino hasta esos límites? Según se nos explica en la escena, el padre ya se olía la tostada pero la madre no. Las mujeres (por si no hubieran sido bastantes todos los desaires anteriores) también son tontas. Es muy curiosa la burbuja en la que vive toda esta gente, tanto los personajes como los artífices de esta película. Porque hay que ser muy obtuso o muy miope o, sencillamente, muy gilipollas para no haber reparado nunca en que… ¡las madres lo saben todo!

Para los cinéfilos que no aman a las mujeres esa es una de las escenas más conmovedoras de la historia del cine. Quizás eso explique los males que aquejan a la crítica y sirva de resumen a todo lo expuesto en este larguísimo (y, ojalá, también entretenido) artículo.

Toda la información e imágenes son de LA MAREA.
Link original: https://www.lamarea.com/2020/12/31/wonder-woman-cinefilos-que-no-amaban-a-las-mujeres/

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